Mapa mantel

 

Poco después del ingreso, Virginia (Woolf) surgía de entre todas las esquinas. Siendo una “residencia psiquiátrica”, y más por ello, las ideas desbordaban mi mente, como fieras sin conocer. Entonces, no era suficiente mi libreta, en la que no podía dejar de escribir. Cualquier papel podía ser susceptible de representar ideas, y ante mí, tres veces al día, y en cada comida, aparecieron aquellos manteles de papel, que procuraba no ensuciar para poder escribir en ellos, una vez a solas en mi habitación.

Los objetos parecen tener un destino certero y predeterminado, pero esto no parece ser lo más divertido y apasionante. Conceder un objetivo imprevisto a una idea u objeto, para mí, es un acto subversivo en sí, un desafío a un sistema que nos oprime y categoriza, constriñéndonos. Liberar a los objetos y a las ideas de la lógica del sentido, espanta los terribles augurios del aburrimiento, y nos acerca a la lógica de la sensación, no sé si para remontarnos a la primitividad, aunque sí para estimular una “bandada” de sentimientos y emociones con las que poder mirarnos e identificarnos en los ojos de quienes comparten esos pájaros en su cabeza.

Y los mapas manteles, más que un instrumento productivo y repleto de efectividad, puede llegar a ser la palabra “voladora” que lancemos como fuerza boomerang o brainstorning a la cara de un discurso impuesto e interpuesto que nos separa, como símbolo posible de dominación.